Sesión 14: Ni mejor ni peor, distinto


(· LA HISTORIA DEL BRAZO)
· MIMETIZARSE
· EN LA OBLIGACION DE DIVERTIRSE
· EL VECINO SENSIBLE
· NI MEJOR NI PEOR, DISTINTO
· TODOS SE DIVIERTEN MENOS YO

Camino rápido por los pasillos pensando que hace tres meses que no veo a G. Me cruzo con gente que charla, escucho que uno le dice al otro “tengo que hablar con vos”. Más adelante hay una señora que tose. Llego y golpeo rápido, pareciera que algo me apura a entrar. Espero a que me respondan antes de terminar de abrir la puerta que está entreabierta.

LA HISTORIA DEL BRAZO
–Adelante –dice G. sin levantar la vista de los papeles que tiene en el escritorio.
–Hola –respondo con timidez desde la puerta, me sale la voz muy finita
–Pasá, pasá –habla rápido, distraídamente.
–¿Qué tal? –le pregunto mientras me acerco esperando que se crucen nuestras miradas.
–Estás morocha –dice finalmente, como si se tratara de una mancha de comida en la camisa. Me mira desde la silla sosteniéndose con un brazo el otro que está enyesado. Nos damos un beso.
–Bueno, no tanto –hablo mientras me siento, ya estoy un poco más tranquila, como si hubiese sido la semana pasada la última vez que nos vimos–, ¿pelirroja?
Ella cierra la carpeta, se acomoda el brazo de manera que pareciera estar acobijando a un bebé y me mira.
–¿Cómo estás? –pregunta seriamente.
–Bien…  ¿cómo…? ¿Te recuperaste ya?
–Del todo no.
–¿No?
–Del todo no, pero me dijeron que como por tres meses me iba a doler. Hay tenciones que ya las recuperé, que pensaba que no las iba a recuperar… todas. Estem… pero le di mucho a la rehabilitación y poco a poco estaré cada vez mejor…
–Y, me imagino que sí –la miro sostenerse el brazo enyesado–. ¿Te caíste?
–¿Viste ese patiecito que hay ahí? –señala con el mentón para el lado de la puerta.
–Sí.
–Había, habían hecho… acá hay un equipo que se llama… que es para pacientes psicóticos, entonces hacen jardinería y cosas así –toso muy fuerte y la interrumpo–. Hicieron alrededor de un árbol un jardincito muy lindo, con flores, quedó hermoso y me dije voy a ir a verlo.
–¿Voy a ir a verlo?
–Claro, ¡a verlo! La cuestión es que tiene una escalera, entonces me resbalé porque estaba un poco mojado, me caí y se me salió el codo –comenta insensiblemente.
–¡Ah!
–Cuando me miré tenía esta parte del brazo subida acá –señala tranquilamente su antebrazo mientras yo me escandalizo.
–¡Qué horror! ¿Y qué hiciste? ¿Te desmayaste?
–No, grité socorro para que me vengan a ayudar. Qué sabe la gente que yo estoy ahí como una boluda, tirada…
–¿Qué pasó?
–Y… vinieron unas compañeras, me ayudaron, llamaron a un médico de acá del CeSAC que… él me llevó hasta ahí, tenían una ambulancia y me… –se escuchan tres golpes en la puerta que la interrumpen, ella mira sorprendida– ¿quién será? –me pregunta, y enseguida se levanta–. Perdoname –dice mientras camina.
Ahora está asomada, parece estar escondiendo el brazo enyesado atrás de la puerta. Por momentos saca el otro brazo y lo vuelve a entrar mientras habla con un hombre. A él no se lo escucha casi, ella dice cosas como “bueno”, “está bien”, “dale”, “OK”. El hombre levanta la voz cuando ella hace un gesto de cerrar la puerta y se lo escucha decir “acordate de…”, pero termina la frase muy bajito. Ella le responde que sí y se despide dando un portazo. Vuelve contenta con un paquetito en la mano.
–Perdón –dice mientras se sienta–. Y bueno, ahí me torturaron bastante hasta que se avivaron de cómo había que hacerlo y lo pusieron en su lugar.
–¿Te pusieron un qué?
–¡Me lo pusieron en su lugar! Pero primero lo miraban entre dos, uno de cada lado, hasta que lo pusieron en su lugar –mientras habla se mira el brazo que está acunando.
–Lo que pasa es que el  músculo hace así y… –hago gestos estirando un brazo.
–Lo que pasa es que… –me interrumpe moviendo también un brazo– ¡el tendón este se estiró y este estaba así! Y tenía todo corrido, no se puede estirar.
–Claro.
–Y no lo podían poner y cuando yo decía “¡no, dejá!”, decían “¡relájate!, si no te voy a seguir poniendo anestesia” –dice entre risas–: “¿poner anestesia ahora?”
–¡Claro!
–No, pero… “¿estás en ayunas?” ¡Y eran como las doce y media! Doce y pico me pasó esto. Doce y media, una... ¡mirá si voy a estar en ayunas! –me mira fijo un segundo, habla entre risas–. ¡No me fui a hacer análisis!
–Claro.
–Y entonces, “porque te tengo que dar anestesia general, sino no se puede”. Después tironeaban, venían y se iban… en la guardia siempre es así. Y se ve que alguien les explicó, en traumatología les explicaron cómo se colocaba, y me hicieron acostar en una camilla pero con el brazo colgando, así –me muestra–, y ahí hicieron así: tic, y listo. Me pusieron una vendita así, me cobraron y me mandaron a mi casa. Yo sentía que el brazo se me desparramaba así, así que me fui a la obra social, al hospital no, me fui a la obra social y me hicieron… ¿eso de abajo? –me muestra la parte de abajo del yeso.
–Sí.
–Me vendaron así, me dijeron que me comprara el cabestrillo… –se recuesta en el respaldo suspirando–. Y bueno, estuve veinte días con eso. Y después con quinesiología… todo con los tiempos de la ART: te citan, te miran, te hacen cinco sesiones, te vuelven a citar... Hasta que me mandaron a rehabilitación y quinesiología diez días seguidos, y se me compuso muchísimo.
–¡Pero estuviste un montón!
–Tres meses.
–¡Tres meses!
–¡Claro…! Pero cuando es… cuando tenés un accidente en el trabajo o en la hora esa, no podes por tu cuenta decir “me voy a trabajar”. Porque estás controlado por una ART. Si te vas, ¡que Dios te ayude!
–Si te vas a dónde, ¿a trabajar?
–Claro, por eso incluso ahora, no puedo manejar, porque me duele –habla muy entrecortado–. No puedo manejar, mínimo hasta que no me sienta segura, ¡no puedo manejar! Me vengo en colectivo. ¡Tengo el brazo sensible! Me siento en ese asiento de gente que tiene problemas.
–Y sí.
–Si no, ¿si estoy agarrada con este brazo y frena de golpe? Se me llega a destartalar de nuevo me muero –se ríe.
–Sí, no.
–Pero no, mejoré muchísimo. Llevó su tiempo, su trabajo, pero bueno…
–Yo pensé que ya no… íbamos a seguir. Un día llamé acá para ver y me dijeron “no, no va a volver, así que tenés que hacer todo de vuelta, la admisión…”
–No, no, por eso yo te di mí teléfono –me dice sorprendida.
–Sí, pero…
–Ahí, hasta que no te dicen “hoy te doy el alta”, no sabés. No te dicen “Bueno, mira, la semana que viene te voy a dar de alta” No.
–Claro.
–Te dan otra fecha. Y esta vez con suerte no me dieron parte de rehabilitación porque ya había estado con el especialista de brazo y ese me mandó de frente a hacer la rehabilitación y no pasó todo por la ART, si no hubieran pasado otros quince días. Y ahí me daban un turno y me decían “bueno, vení en tal fecha que te doy otro turno”. Pero ahí sí se hizo más rápido, si no era una cosa que… ¡una eternidad!
–¿Y pero aprovechaste para leer, o algo así?
–¡Ah, sí… leer, leés! Eso sí.
–¿Pero no te dolía?
–Sí, me dolía.
–Sí. ¿Y todavía te duele?
–Sí, pero no lo muevo mucho, no. Como esto, que es como una cosa así… –me muestra cómo mueve el brazo.
–Pero lo movés bien.
–Tenia negro de acá a acá –levanta un poco la camisa que tapa el brazo enyesado–, se me veía que estaba negro. La mano, ¿todo lo que se me veía?, estaba negro.
–¡Qué horror!
–Sí, pero sobre todo el dolor, ¡que te da miedo, nadie te dice nada! No sabés bien qué hacer. Pero, yo acá les dije “yo hasta que no me den de alta, no sé cuándo voy a volver”. A mí me dijeron el viernes y empecé a trabajar el viernes como a las tres, cuatro de la tarde. A partir de ahí empecé a llamar a todos mi pacientes. A los que habían venido pocas veces ya los derivaron a rotación, los derivaron a otros, pero para la gente que hace meses que estoy atendiendo… –me mira de reojo–, algunos tienen el teléfono, y otros… bueno, llamaron aquí.
–¿Y tenés muchos pacientes?
–Eh… ahora tengo… los que estaban ahí no los tengo, pero alrededor de veinte.
–Ah, un montón.
–¡Y sí! A veces son pocos –vuelve a mirarme de reojo–. ¿Tus cosas? ¿Cómo andan?

MIMETIZARSE
–¡Cambió todo!
–¿Ah, sí?
–Y, tanto tiempo...
–Mjm.
–Raro.
–¿Qué pasó?
–¿Te acordás que me fui a Córdoba y…?
–Sí, ¿y?
–¿Y trabaje un mes en…?
–Trabajaste en un bar.
–Sí. Y ahora estoy medio… empecé a ir a un bar, trabajo un poco ahí.
–Mjm.
–La idea es que… de a poco voy a empezar a tocar, yo, supuestamente. Cuando toque, o me anime más.
–Mjm.
–Y mientras trabajo ahí.
–¿Y no estás más en el negocio…?
–No. No porque… no…
–Qué bueno.
–Se fue como desarmando eso, no sé.
–¿No sabés que fue de ellos? ¿Nada?
–No. Y espero no saber, no verlos más. No sé.
–¿Y dónde era? ¿A qué bar vas?
–Es uno que queda cerca de Recoleta.
–Ajá. Es por acá... hasta por acá llega Recoleta.
–No, pero del, de la… del cementerio –digo rápido, como si no quisiera que me escuche.
–Ah.
–No sé, está bien por ahora, igual no me alcanza mucho. Pero estoy medio viviendo de eso…
–Y ahí, estem… –me interrumpe–. ¿Servís tragos? ¿Preparás? ¿Atendés? ¿Qué hacés?
 –Y… atiendo las mesas –toso–. Y alcanzo bebidas, no sé. Pero la idea es…
–Pero, ¿qué? –me inerrumpe–, ¿es un bar con música? ¿Qué?
–Sí, a veces hacen shows. Hay chicas que bailan también.
–Ahá.
–Y, no sé.
–¿Y esto tuyo de… tocar y estudiar música…?
–Y es la idea, es lo que me gustaría hacer. Estoy tratando como de tocar un poco la guitarra… y hacer cosas porque, de hecho no…
–¿Vos tocas la guitarra criolla?
–Sí. Me pasa que… tampoco toco tanto –me incorporo y cambio el tono de voz–. Me pasa que… hubo como un arreglo ahí, en el local, y medio que arreglamos por poca plata. Pero era eso o estar años haciendo un juicio a tipos que seguramente no les sacas un mango.
–Igual se lo podes hacer al juicio.
–Y, no. Ya firmé cosas… no sé. Y esa plata para mucho no me va a alcanzar, entonces… por eso decidí…
–¿Vos arreglaste…? Pero… ¡Ah, yo entendía que arreglaste con los del bar!
–No, no, con los otros. Y como no me va a alcanzar para mucho, decidí como… no sé, darme un mínimo de tiempo de ver si puedo ir por el lado que me gusta más, que se supone que es este, no sé. Es raro, de todos modos es como… mmm… –suspiro, busco cómo explicarme– por ahora me divierto.
–Mjm. Pero vos…
–Trabajo a la noche.
–Ajá. ¿Te sentís contenta trabajando?
–Y, por lo menos es distinto. Charlo con la gente… se toma mucho alcohol, eso sí, y yo también. Pero bueno, es parte del trabajo me imagino.
–No necesariamente.
–Y sí, si no es como que me cuesta mucho hablar con la gente.
–A ver si después te tengo que derivar a alcoholismo –me dice mirándome con el mentón hundido en el pecho.
–¿Cómo?
–¡A ver si después te tengo que derivar a alcoholismo!
Me río sin ganas.
–No sé. Sería un giro raro, ¿no?m
–No, no es raro, porque me parece que pasa algo… –la interrumpe su celular. Ella mira la pantallita encendida desde donde está y lo deja sonar mientras sigue hablando–. Como si tuvieras que adaptarte tanto a los trabajos.
–Es que yo… medio que les estoy pidiendo un favor. O sea… no sé. 
–¿Por qué?
–Porque ellos no estaban buscando gente.
–Y… ¿por qué te tomaron?
–Y yo hable con los de Córdoba, les comenté, medio que me dijeron que conocían esta gente.
–Mjm.
–Fui, me dijeron “bueno, no… de última venís y tocas una vez al mes”. Y les dije que estaba bien, que prefería tocar un poco más seguido, pero no ahora, sino en unos meses, pero que necesitaba plata. No sé.
–No, pero yo me refería a esto, por ejemplo, en el trabajo que estabas antes te habías pospuesto en todo –toso muy fuerte y no la escucho bien.
–¿Me había qué?
–Pospuesto. Vos.
–Pospuesto –repito.
–Mjm –dice con una sonrisa y los ojos casi cerrados–. Incluso te… ¡te manipulaban groseramente ya!, incluso el tipo, el dueño, llamándote “ah, bueno, vení, nos encontramos”, después de... dos años que no te daba bola después de haber salido con vos y qué sé yo. Y ahora estas en esto, y tenés que tomar para poder hacerlo más allá de que pueda gustarte o no –me mira fijo apretando los labios–. Vos no eras una persona que todos los días tomara en su casa.
–No, de hecho en mi casa no tomo.
–Pero es como si… te tuvieras que casi mimetizar con el trabajo.
–Pero es como la manera de estar ahí. Si no quedo afuera.
–¿Pero tu trabajo qué es…?
–Es que el trabajo medio que me lo inventé yo, y lo estoy sosteniendo… es un invento mío. O sea, ellos no necesitaban que yo esté ahí. Y, como ven que funciona, que… no sé, que les sirve de alguna manera, sigo yendo. Pero… no sé. Tengo que estar todo el tiempo… no sé.
–¿Todo el tiempo?
–Y como muy… no sé cómo explicarlo. Era eso de que te hablaba, de que en cierta manera me gustaba como… hablar. No sé, tengo que estar todo el tiempo atendiendo las mesas y cayéndole simpática a la gente.
–Mjm.
–Eso.
–Pero…
–Si yo voy y estoy así… si no participo mucho es como que me quedo sin… o sea, ya no sirve más lo que yo hago.
–¿Pero eso te dijeron? ¿O vos lo deducís?
–Y… es que es algo que está inventado, y si yo estoy yendo es porque a la gente le gusta que vaya. Es así.
–¿A la gente? A los dueños del bar.
–A los dueños le gusta que a la gente le guste.
–Uhum. Pero vos me decías que a vos te gustaba hacer esto.
–Sí, no me resulta mal.
–De todos modos…
–Es bastante agotador –la interrumpo–, porque me canso un poco…
–Mjm. ¿Cuántas horas trabajas?
–Y, depende de la plata que necesite. Ya te digo, es medio inventado…
–¿Pero vas todos los días o no?
–Y, estoy yendo todos los días y no puedo pagar el alquiler. Y es medio invitado, yo voy digo “bueno, me quedo”, o me dicen “ay, ¿te podes quedar?”, “bueno, me quedo”. O me voy quedando. O alguna de las chicas… soy como el comodín a veces, cuando alguna no puede ir, voy yo. Qué sé yo –no hablamos por un momento, ella me mira sin ningún gesto que me diga nada de lo que está pensando–. Es como que estoy… de esa manera también viendo de qué se trata, y tratando de hacerme un lugar para poder hacer lo que yo quiero, que es tocar.
–Mjm.
–Pero como…
–¿Ellos te dicen cuando vas a tocar o vos tenés que prepararte para poder tocar?
–Y, como no me preparé, no preparé nada, no tengo nada, no puedo decir “ay, quiero tocar ahora” porque… Entonces medio que les dije “sí, sí, bueno lo hablamos”. No sé, cuando esté lista me imagino que podré tocar.
Ella me sigue mirando de la misma manera, mueve muy lentamente la cabeza para un lado y después para el otro como buscando el ángulo justo desde dónde poder verme mejor.

EN LA OBLIGACION DE DIVERTIRSE
–¿Y qué te disgusta? –dice finalmente.
–No sé si me disgusta o no. Pero…
–¿O qué no te entusiasma? Porque por ejemplo, vos decís…
–Que entro de vuelta en una rutina –la interrumpo–, que devuelta estoy ahí que tengo que ir, sin ganas de ir. Es mucho tiempo, estoy cansada. Encima me levanto como con resaca.
–“Como con”, no: “con”.
–Bueno.
–¡Si tomaste mucho alcohol, tenés resaca!
–Igual no sé si tomo taaanto. A veces más, a veces menos.
–¿Qué es lo…? ¿De qué depende?
–De mi estado de ánimo.
–Mh –se incorpora un poco en la silla sin soltar su brazo–. No, lo que te decía…
–Después, la verdad –vuelvo a interrumpirla, estoy de mal humor–, no sé si es lo que quiero o no. No sé si tampoco tengo muchas alternativas.
–No digo que sea tu vocación, ¿no? Pero por ahí es un trabajo que te resulta agradable. Pero cuando por ahí tenés vocación, decís “bueno, ¡dale!”…
–Pero sí, de hecho ahora las primeras veces que fui me gustaba y estaba como más eufórica. No sé. Estaba haciendo algo totalmente diferente a lo otro, y conociendo gente, y otro tipo de gente, no sé, más divertido. Pero…
–O, en situación más divertida.
–¿Cómo?
–O, en situación más divertida.
–Claro. Pero.. cuando empiezo a hacer… yo en Córdoba cada vez que fui, que fui todo un mes, fui porque yo quería, y todos los días quería ir. Y ahora hay días que no quiero ir, y tengo que ir igual. Es como ir a bailar todos los días obligadamente –me río sin ganas haciendo gestos negativos con la cabeza–. Pero…
–Lo cual pasaría si fueras bailarina.
–¿Cómo?
–¡Lo cual pasaría si fueras bailarina!
–Claro, no, pero digo de ir a bailar como salir con tus amigos todos los días, y no querés un día y tenés que salir igual, es como que ya no termina siendo, algo…
–Divertido.
–Una actividad recreativa, sino que termina siendo una obligación. Eso.
–Y estás… –empiezan a sonar algunas sirenas–, haciendo… preparando algo como para…
–Y, trato. Y a veces uso el mismo recurso que en el trabajo. Me adelanto un poco, me tomo un whisky en mi casa y me pongo a tocar la guitarra.
–Uhum. ¿Y por qué necesitás el whisky para tocar la  guitarra?
–No, no sé si es para tocar la guitarra. Pero a veces es como que no tengo ganas… ¡no tengo ganas! Y si me tomo un whisky es como que ya estoy un poco más… relajada.
–Mjm.
–Toco la guitarra y voy más contenta. Al bar.
–¿Y vos compones canciones o tocás…?
–Y, es lo que tengo ganas de hacer. Empecé bajándome algunas canciones y tocando un poco y… viendo cómo eran para…
–¿Cantás también?
–Es la idea, pero canto muy bajito.
–¿Y el whisky no te hace cantar más fuerte?
–El whisky me hace cantar.
–Ajá. ¿Cantar si hay gente o cantar sola?
–Hasta ahora no canté con gente.
–Mjm. Y si no, ¿si vos tocás la guitarra no te sale cantar?
–A veces sí, a veces no. No sé.
–Me acordaba de ese… –se despereza–. Hace bastantes años, no me puedo acordar el nombre…
–¿Cómo? ¿Hace qué?
–Hace bastantes años…
–¿Qué cosa?
–No me puedo acordar el nombre de un tipo que tocaba la guitarra y cantaba, y cantaba muuuy bajito. Con un tono… no solo la voz era… no es que era tan grave, pero el cantaba muy bajo. Entonces, pero cantaba en bares y todo. Me acuerdo que la gente tenía que hacer silencio para escucharlo –dice entre risas–. Pero estuvo de moda, hace como treinta años que lo hacía. Ahora no me sale el nombre, después te… porque justo me acordé de eso. Me acuerdo de que cantaba canciones brasileras. Después pasó el tiempo y desapareció, qué sé yo, no le seguí la carrera. Pero… tuvo éxito cantando bajito, ¿viste? Porque hay personas que no tienen mucho caudal de voz, por ahí hay otras con mucho mucho más o demasiado para mí, por ahí son re famosas y a la gente le encanta esos que cantan a los gritos. Pero este cantaba por demás bajito. Casi parecía que susurraba cuando cantaba. Sin embargo tenía muchísimo éxito. O sea, que no depende solamente de eso, a lo mejor en algún momento cantás con un poco más de volumen en la voz, ¿no? Porque por ahora parece que cantás para vos.
–Sí, canto para mí.
–¿Y te gustás?
–Y… no sé. Sí, no sé. No es ese el problema, el problema es que no me sale más fuerte.
–Mjm.
–Y después pasan los días y digo “bueno, mejor ni toco, si total no puedo ni cantar yo sola”. Después pienso que no, que mejor hacer eso, no sé…
Quedamos en silencio, esta vez en el pasillo parece no haber nadie. Tampoco se escuchan las bocinas de siempre. Me quedo mirando la ventana sin nada más que decir.
–Y no… ¿no aparece como algo que tengas ganas de hacer?, ¿o sí?
–Y sí, es la idea. Pasa que otra vez entro en esta cosa de tener que hacer eso todos los días y… me saca las ganas de hacer otras cosas. Por ahí después, cuando estoy en el bar, estoy así como más contenta y hablo con las chicas y qué sé yo, me entusiasmo y vuelvo a mi casa con ganas de hacer eso, y después estoy cansada o qué sé yo, me voy a dormir y… después cuando me levanto…
–¿Y cuántas horas trabajas en el bar?
–Depende el día.
–¿Pero diez, ocho, cuatro?
–Y, lo que pasa es que a veces tengo que ir tipo cuatro, después tengo dos horas, y voy de vuelta, no sé… pero si, más o menos eso.
Abren la puerta e inmediatamente la cierran de un portazo.
–Como no estuve por tanto tiempo –dice tranquilamente– vienen a ver si pueden ocupar el consultorio. Un consultorio no es “tu” consultorio, no es “mi” consultorio, es el consultorio “del hospital”. Si no estoy trabajando no va a estar así, vacío.
–Claro.
–Así que por ahí viene alguien que lo ocupó en algún horario, como no había nadie… Pasa todo el tiempo.
–Y sí –respondo sin ganas.

EL VECINO SENSIBLE
–Te… te desilusionaste entonces.
–No sé, a veces… cuando estoy en el bar me entusiasmo, el problema es que cuando llego a casa ya estoy cansada, y si llego con ganas de ponerme a tocar la guitarra es un horario que no… no sé.
–Pero la guitarra no… no sé, no…
–Y… tengo un vecino bastante…
–Dicen –me interrumpe–, viste que dicen que la bossa nova, esa… había alguien que la tocaba acá, no me acuerdo, ¿no? Eh… es un tipo de música que se canta en un tono de voz mediano.
–Sí, pero tengo un vecino muy sensible.
–¡Ah…! Lo que te decía es que justamente se juntaban en departamentos, porque no es que tenían grandes casas, y entonces tenían que cantar y tocar bajiño para no… para no despertar, porque a la gente… para no molestarla, ¿no? Entonces es toda una cosa cantada en un tono de voz mediana.
–Sí.
–Ahora está como bastante sobrevalorados para mi gusto el hecho de cantar muy fuerte.
–Sí, no sé. No conozco tanto…
–¿Y los cantantes que están de moda, acá…? No sé cómo cantan así, la verdad.
–¿Cuáles son? –digo bostezando.
–Por ejemplo… Valeria Lynch.
–¿Valeria Lynch? Grita.
–¡Fooo! Tiene una papa… y ¿ésta que se murió ahora?
–¿Cuál?
–Estela Raval.
–¿Estela Raval?
–¡Cantaba…! Como si la estuvieran degollando –se ríe–. No, me acordé del… me salió en el momento del que le canta… Nicanor Parra, a la madre.
–¿Nicanor Parra?
–Nicanor Parra, el hijo de Violeta Parra.
–Ah.
–Que le escribe un poema a ella, y una parte dice “cuando gritas como si te estuvieran degollando”.
–Uhum.
Ella tiene un escalofrío y nos quedamos calladas.

NI MEJOR NI PEOR, DISTINTO
–¿Y qué podés hacer para hacer más lo que querés?
Afuera tosen.
–No sé, igual siento que… que estoy mejor que antes. Bah, no sé.
–¿Estoy mejor que antes bah no sé? –habla como si fuese una máquina.
–Qué sé yo, no sé.
–¿Te sentís mejor o no?
–Es que es distinto. No sé ni si es mejor ni peor –la miro, pienso–. Por lo menos es distinto.
–Claro pero distinto… el trabajo sí es distinto, pero…
–¡Todo es distinto! –la interrumpo–. Porque ahora todo es al revés: duermo de día, trabajo de noche.
–Pero, a ver, yo me refería a que lo distinto es, lo que aporta, lo distinto, es cómo te sentís vos.
–Uhum –hago un gesto con los hombros, de repente siento como si me hubiera quedado sin energías.
–Porque si no, no habrías…
–Distinto es –digo a la defensiva.
–Distinta es la actividad pero no lo que produce. Porque, ponele, es como si trabajaras en una oficina, en la parte de contabilidad o en la parte de ventas, y lo que te repudre es trabajar en una oficina, entonces no importa a qué lado te manden. O como, qué sé yo, un albañil, ¿si está en el primer piso o en el tercero…? El trabajo en sí podría ser… uno pone ladrillos, y el otro pone cemento, el trabajo parece lo mismo, pero es cómo se siento haciendo uno lo mismo. Por eso te decía, cuando estabas en Córdoba, eh, ¡claro!, era como una diversión porque eran tus vacaciones.
–Uhum.
–Vos… ¿se convierte en trabajo cuando ya no te gusta?
–Sí. Cuando “tengo” que hacerlo.
–Mjm.
–Cuando si un día no lo quiero hacer, lo tengo que hacer igual. Y en la misma calidad, como si me encantara hacerlo.
–Mjm.
–Pero me imagino que de eso se trata trabajar, ¿no? Me imagino que un escritor que escribe notas para vivir, tal vez en las primeras notas se entusiasma, qué sé yo, pero después, cuando tiene que tres veces por semana mandar una nota, ya es un trabajo. Ya es ponerse a escribir esa nota. No sé. Entonces me imagino que siempre es igual, trabajes de lo que trabajes.
–Bueno, habría que preguntarle a algún escritor –habla encima de lo que estoy diciendo.
–¿Cómo?
–Habría que preguntarle a algún escritor.
–Sí –me acomodo en la silla mientras escucho el ruido de afuera.
–¿No? A ver qué le pasa. Si se siente…
–Por ejemplo, ¿a vos qué te pasa? –la interrumpo– ¿de tener que venir siempre a escuchar a la gente?
–Es lo que yo elegí.
–Bueno, yo también puedo decir lo mismo, es lo que yo elegí. Pero eso no significa que me guste ir todos los días.
–Uhum.
–O que me canse, o que a veces no tenga ganas de hacerlo. O que con el tiempo vaya viéndole las partes que, o no me gustan, o no me hacen bien, o…
–Claro, yo más que nada a lo que me refería con esto de tomar alcohol, no es el derecho a tomar alcohol, porque hay personas que les gusta y se lo toman, pero es el tener que tomar alcohol para poder hacer ese trabajo…
–Es que es como una, un, no sé cuál es primero. O sea, no es que… no sé si tomo para hacer el trabajo o… no sé.
–¿O hacés ese traba para tomar?
–Sí. Ya no sé. Es como una especie de paquete.
–Uhum.
–Porque las primeras veces que fui, o cuando estuve en Córdoba, yo iba y yo compraba mis tragos y me los tomaba. O sea, no es que estaba obligada a tomar. Lo hacía porque yo quería.
–Claro, pero era una situación distinta, estabas de vacaciones.
–Bueno, pero acá empezó más o menos parecido. Porque… no sé, será que quise recrear lo de allá –digo bostezando–- Perdón, ¡tengo un sueño! A esta hora es temprano para mí –digo entre risitas.
–Claro –dice y me mira con atención–. Sí, tenés cara de cansada. Tenés los ojos muy colorados.
–Sí.

TODOS SE DIVIERTEN MENOS YO
–Así que no sé… No sabría decirte si me gusta o no, si estoy bien o no.
–Y, ¿algo de bueno encontrás? Más allá de haber salido del… En algunos trabajos tienen… exigen… –la veo pensar mientras me esfuerzo por no dormirme–. Digamos, está bien de a ratos y de a ratos no.
–Que de eso se trata trabajar atendiendo la gente.
–Claro. Y también la gente, en ambos casos, es gente que está haciendo algo agradable. Digamos, comprarse algo que a uno le guste para ponérselo, es agradable. Ir a tomar a un bar con los amigos, tomar un trago, es agradable. O sea, que no es que estas en una oficina de quejas –hace un silencio, me mira–. Eh… estás en determinados trabajos relacionándote con gente que está haciendo algo que le place –se pone de costado, se cruza de brazos–. Pero a vos no.
–A veces sí. Ya te digo, la paso bien finalmente, pero… a veces me cuesta mucho ir, como que digo “¡ay, pero un día no quiero ir!”.
–¿Y cuántos días trabajas por semana?
–Casi todos los días.
–¿Y de qué hora a qué hora?
–Y, qué sé yo. La mayoría de las veces siempre hay chicas o que se toman un franco o qué sé yo, y estoy yo ahí, y después algún día me toca a mí, pero…
–Uhum. No te gusta como para buscarte otro…
–Igual… ¿qué?
–No te gusta como para buscarte otro lugar en el que no te sientas debiendo nada.
–¿Que no me sienta qué?
–¡Debiendo nada! –dice usando mucho la nariz.
–Pero no sé si es que debo.
–Vos sentís que si estás...
–¡En cualquier lado…! –la interrumpo–. Por ejemplo, si yo estoy de vendedora en el local, tengo que desarrollar el personaje de vendedora simpática, entonces la gente compra. Estoy acá, y tengo que hacer un personaje simpático para que tatatá, y siempre es así.
–¿Siempre tenés que ser simpática?
–Yo creo que…
Tocan la puerta. Las dos miramos para ese lado y volvemos a mirarnos. Ella se para, va hasta la puerta, recibe un papel, dice “gracias” con una sonrisa de propaganda y vuelve a su lugar. Antes de que se termine de sentar yo sigo.
–No sé si siempre tengo que ser simpática –ella me mira fijo–. Pero… no sé, es lo mismo que… vos venís a atender, y no vas a venir llorando. O con una cara horrible y mirando para la ventana y no dándole bola a persona que está enfrente. Hay ciertas cosas que hay que hacer. No sé. Como adecuarse al trabajo.
–No, lo digo porque hay gente que lo hace.
–¿Cómo?
–Lo digo porque hay gente que lo hace.
–Pero como siendo una psicóloga te vas a poner a llorar adelante de tu paciente.
–No llorar... o por ahí sí, pero sobre todo por ahí miran por la ventana… están con el teléfono…
–Bueno, pero, convengamos en que cada trabajo tiene su porción de… de que uno tiene que estar…
–Claro, una cosa es que…
–Representando…
–Vos decís “bueno, si yo tengo este trabajo para zafar, tengo que conservarlo”. Este trabajo, ¿te da un poco más de tiempo como para hacer algo que te guste?
–Tengo  un poco más de tiempo porque los horarios que me quedan libres yo podría tomar clases por ejemplo. Que de hecho estoy viendo de empezar a tomar clases y usar un poco de la plata esa, que no es mucha, pero dije “bueno, finalmente algo tengo que hacer”.
–Mjm.
–Para tomar clases.
–Hay lugares donde te enseñan gratis.
–Pero después pienso, si tomo esas clases, no duermo. Si no duermo al otro día… no estoy bien.
–Claro, pero tampoco vas a tomar… ¿cuánto tomas? ¿una hora de clases…?
–Sí, no sé. Me da más tiempo, pero también me quita más tiempo –digo bostezando–, porque las… par de horas que tengo de más estoy con resaca, estoy cansada. Pero, no sé. Tengo ganas de…
–Estaba pensando que yo vi… ah, pero vos vivís por la calle Rio de Janeiro…
–Por ahí, sí.
–Por acá tenés que tomar, pero… yo he visto un lugar donde enseñan música que queda en la calle Nazca, no sé, dos mil y pico… no sé, era muy cerca de Nazca, de Jonte.en realidad. Y que va mucha gente, con muchos instrumentos, se ve que tocan… no es una escuela de… una escuela clásica, sino que la gente tiene bandas, cosas por el estilo. Entonces se me hace que debe ser como más dinámico, más copado.
–Sí –digo sin ganas.
–No sé ni cómo se llama el lugar. Es una casa vieja, y llegan y salen de ahí chicos y chicas con instrumentos.
–Tendría que ver qué onda.
–O, ir pensando un poco más qué es lo que… ¿Qué querés tocar? ¿Qué querés cantar? ¿Qué te gusta?
–Sí.
–A cantar también se aprende.
–¿Cómo?
–A cantar también se aprende –repite con paciencia.
–Me imagino que sí. Por eso quería ver de tomar clases como para… Porque tal vez puedo hacer algo con eso.
–Ajá –dice con una sonrisa–, para que te sea más agradable y no tengas que ir todos los santos días. Porque si vas un día y tocás en un lado, al otro día tocás en otro. A lo mejor tocás tres o cuatro veces por semana…
–Sí, pero no sé –levanto las cejas y me apoyo en el respaldo incrédula–. Si fuera tan fácil todo el mundo se dedicaría a eso…
–¡No!, pero la gente va rebuscándoselas. Tal vez sí tenés que aprender un poco como para poder soltarte, ¿no? ¡Pero vos ya sabés!
–Sí, bueno, poco, pero no… no sé.
–Yo si… si paso por ahí te voy a buscar un volante así te podés acercar.
–Sí… Bueno, gracias.
–Bueno, ¿nos vemos el jueves?
–Bueno, dale –me levanto, nos damos un beso–. Nos vemos el jueves.