Admisión: Me siento un travesti



· ME SIENTO UN TRAVESTI
· CUATRO HORAS DE ESPERA
· EJÉRCITOS
· CARTÓN LLENO
· ENTREVISTA DE ADMISIÓN

ME SIENTO UN TRAVESTI
Son las siete y media de la mañana y es mi primer día. Por ahora no pasa de mi sentimiento... por lo que veo la gente con la que me fui cruzando hasta llegar acá no tiene registro de lo que soy. En realidad registran perfectamente mi apariencia, que es tan real como cualquier otra. Incluso en la ventanilla de informes del Ameghino recibo un trato normal.
No sé muy bien de lo que voy a hablar en la admisión. Podría hacer una lista tentativa:
-    Siento como si no supiera bien quién soy
-    Estoy “suspendida” en el mismo lugar hace años
-    Quisiera desarrollar mis proyectos personales y no me sale. Hace años que quiero cantar, hacer música pero no me animo
-    Siento que vivo como en “piloto automático” y que en realidad nadie me conoce. Ni yo misma

CUATRO HORAS DE ESPERA
Son las ocho y cuarto. Estoy sentada en el mismo banquito desde que llegué y se me empiezan a secar los ojos. La próxima vez tengo que acordarme de traer las lágrimas

Ahora son las nueve menos cinco. Sigo con la lista…
- A partir de los otros, de lo que creo que los otros ven, me veo. Si me quieren me quiero, si no me quieren no me quiero. Finalmente no sé quién soy porque todos me ven diferente, cada uno como puede o quiere. Entonces, con el tiempo, voy repitiendo cosas, actitudes, gestos, que hagan que sea más o menos la misma para todos con la intención de ser más o menos la misma para mí, de ser más o menos yo. Pero sucede que eso en lo que me voy convirtiendo no es lo que quiero ser ni lo que en realidad creo que sea. Pienso: “No sé si soy Clara…”

Miro el reloj, son las diez y cinco. Me quiero arreglar el maquillaje y pierdo un ojo sin querer. ¡Y yo sin mis lágrimas! Tampoco hay espejos… pero tengo suerte, puedo volver a ponérmelo en un ascensor que encuentro al fondo de un pasillo. Soy como un travesti de cotillón.

Vuelvo a mirar el reloj: las diez y treinta y siete. Sigo sentada en el mismo banco mirando a la gente, que en su mayoría son psicólogas, y son muchas. Debe haber algún evento o algo así…
La ropa que usan me da miedo. Elegantesport combinado en gamas, mucho degradé amarronado o, en el mejor de los casos, gris. Zapatos taco medio, ancho. Anteojitos y peinado de señora paqueta. Gestos diáfanos de apariencia culta y controladora. En masa son espantosos porque dejan ver la total ausencia de dejarse ver: ejército analítico, autosuficiente y autosuperado. Uffffff. ¡Cuánto necesito mis lágrimas!
Esas son las “señoras”. Después están las “jóvenes superpersonalidades”, otro ejército de sobreactuada y jovial actitud. El maquillaje también abunda.
En los dos casos la edad es indistinta.
Bueno, también hay cruces, pero son casos excepcionales que, según el conjunto en el que se encuentren, se adaptan más a uno u otro. Esto es porque tienen características de los dos, que se funden en el conjunto según el caso.
En conclusión: después de estas observaciones ya no me siento un travesti. A no ser por el psicólogo pelado que ya pasó varias veces por acá y que recién, cuando levanté la vista de lo que estoy escribiendo, vi cómo me miraba. No sé si como caso interesante o con una desconfianza absoluta.
Para salvar las apariencias tengo que estar a la altura de lo que soy y mostrarme más... ¿lo que soy? Un travesti.

 Son las diez y cincuenta y siete, noto una clara flojera en mi interpretación.
Estos psicólogos me siguen dando miedo. Son todos tan pulcros... controladores del espíritu.

A las once y quince, cartón lleno: una psicóloga enana. Sería una pasada increíble del destino que me toque con ella. Igual, prefiero a las maquilladas fascistas.

Once y media: Los pzapatos. Esos pzapatos.

A las doce y media, después de esperar muchísimo tiempo (cuatro horas y media), finalmente me toca. Por la puerta que está a la derecha de la ventanilla que estuve mirando las últimas cinco horas, se asoma una señora bastante mayor, de pelo rubio platinado, ojos achinados y nariz reducida con una operación bastante feliz.

ENTREVISTA DE ADMISION
Después de esperar muchísimo tiempo (cuatro horas y media), finalmente me toca. Por la puerta que está a la derecha de la ventanilla que estuve mirando las últimas cinco horas, se asoma una señora bastante mayor, de pelo rubio platinado, ojos achinados y nariz reducida con una operación bastante feliz, que llamaré psicóloga uno. Dice:
-¿Quién sig…? –yo ya estoy parada en frente suyo- ¿Vos? Adelante.
Caminamos por un pasillo hasta un pequeño consultorio donde hay otra psicóloga más joven, ubicada detrás de un escritorio con algunos papeles en las manos.
-Tomá asiento –dice la psicóloga dos– Hola.
-Puedo sentarme…
-Siii… ¿Cómo te llamás? –pregunta la psicóloga dos mientras toma nota.
-Clara.
-¿Clara? –vuelve a preguntar.
-Clara Smart.
-¿Cómo es el apellido? –pregunta nuevamente.
-Smart.
-Bueno… contanos qué te trae por acá –dice la psicóloga uno.
-Emmm… bueno, me pasa que estoy hace bastante tiempo… bastantes años trabajando en el mismo lugar y… haciendo lo mismo. Y no estoy pudiendo como hacer nada… con lo que yo hago y… no sé… me sugirieron que venga acá. Por eso estoy acá.
-¿Quién te sugirió que vinieras? –pregunta la psicóloga dos mirando por encima de los anteojos y con la lapicera apoyada en el papel como si fuese a escribir, pero no escribe, espera.
-Tengo una compañera de trabajo que vino acá un tiempo y me dijo que estaba bien.
-¿Ya habías hecho tratamiento antes? –pregunta sin modificar la postura.
-No, es la primera vez que vengo a un psicólogo. Así que no sé muy bien de qué se trata pero me imagino que puede estar bueno. Y… no sé… bueno, eso.
-¿Y hace mucho que se te ocurrió empezar a psicoanalizarte? –pregunta la psicóloga uno.
-No, en realidad lo que me pasa es que… no sé, pienso en lo que hago y lo único que hago es trabajar para pagar un alquiler. Y ya estoy un poco mal con eso. O sea, hace ya unos cuantos años me peleé con mi pareja, no tengo pareja y casi no tengo amigos tampoco. Y…
-Bueno… -se miran ambas psicólogas y hacen un gesto afirmativo con las cabezas- emmm… bueno… ¿podrías el miércoles? –pregunta la psicóloga dos.
-Yo… mirá, trabajo en un local en donde me autorizaron solamente jueves y viernes a la tarde.
-¿Durante qué horario? –pregunta la psicóloga uno mientras mira cómo toma nota la psicóloga dos.
-A la tarde. Si pudiera ser dos y media estaría perfecto.
-¿Doce y media? –pregunta la psicóloga dos sosteniendo unos papeles en el aire mientras mira los que hay debajo
-Dos y media, ¿tres? –pregunto.
-A ver… ¿qué día me dijiste? –sigue revisando los papeles.
-Jueves y viernes.
-Bueno, tenemos un turno los viernes doce y treinta –concluye.
-¿Doce y treinta? –pregunto, mientras afirman con la cabeza- Ah, buenísimo.
-¿Sí? –insiste la psicóloga uno.
-Sí, uso el horario de almuerzo.
-Ta bien. Eeeeeh… Decime… ¿Apellido y nomb…? –vuelve a preguntar la psicóloga dos.
-Smart -interrumpe la psicóloga uno.
-Con la licenciada M. –informa la psicóloga dos.
-¿Eso me lo anotan…? –digo, con cierta desesperación.
-Te lo anoto ahora… -me tranquiliza la psicóloga uno.
-Ahora te contamos –agrega la psicóloga dos.
(Hablan entre ellas)
-¿Edad? –pregunta la psicóloga dos.
-Treinta y cinco.
-¿Me repetís tu documento? –pregunta la psicóloga dos.
-Veinticinco veinticinco cerocero sietesiete.
-Y… ¿y teléfono donde te podamos ubicar? –pregunta la psicóloga dos.
-Quince… seis dos siete cuatro… nueve cinco ocho cero.
-¿Estás tomando alguna medicación? –pregunta la psicóloga dos.
-No.
-Este viernes… mañana –dice la psicóloga uno mirando de reojo los papeles donde anotó la psicóloga dos.
-Ah, ¿mañana ya? –pregunto con cierto sobresalto.
-Mañana, sí –afirma la psicóloga uno.
-Pero mañana es jueves… -dice la psicóloga dos.
-Ah, me adelanté, tenés razón –contesta la psicóloga uno.
-¿Esto qué es? ¿Es otra consulta más o…? –digo con la voz entrecortada.
-No. Mirá, nosotros lo que hacemos es entregar los turnos para los compañeros que tienen… eeeh… libre, ¿sí? –la psicóloga uno habla pausadamente, exagerando.
-Claro –afirmo ya totalmente relajada.
-Entonces, la entrevista de admisión la vas a tener con la licenciada. Ella te va a evaluar, a ver… si podés hacer tratamiento acá, si es necesario derivarte… eso. Pero la admisión la vas a hacer con G. M., se llama la licenciada, ¿sí? Que te verá el viernes doce treinta en el consultorio veintiséis, ¿sí? –insiste con la displicencia
-Eso sería… es acá, ¿no? –nuevamente me sobresalto.
-Claro… venís unos minutos antes, te presentás acá en la ventanilla para que te hagan la historia clínica. Y ahí a unos pasitos está el consultorio de M. -concluye
-Bueno –contesto, ya bastante calmada.
-¿Sí? –pregunta la psicóloga uno.
-Bueno, muchas gra…
-No al contrario y que tengas suerte Clara… -interrumpe la psicóloga uno mientras abre la puerta.
Me voy.